domingo, 11 de septiembre de 2011

11 de Septiembre o las creencias tienen consecuencias

Diez años. Diez años ya de ocurrido aquel suceso que conmovió al mundo entero. Y como aniversario, casi todos los canales televisivos han presentado ya algún documental con material conocido -y no- de la tragedia.

Uno de los artículos que más llamó mi atención en estos últimos días, es uno de León Krauze (cuyo enlace recibí en mi cuenta de twitter), quien es un conocido comunicador en mi país, y que viviera muchos años muy cerca del lugar en el que se escenificó la catástrofe. El artículo titulado “Diez años después” y publicado en Letras Libres digital llamó mi atención, no porque haya tratado la temática del 11/9 –todos los medios lo hacía en ese momento-, sino porque contempla el relativismo moral. Esa “filosofía” posmoderna que reza “Eso es bueno para ti, pero no necesariamente lo es para mí”. Esa ideología que repite como un mantra: “No existe lo bueno y lo malo de manera objetiva. Es cuestión de gustos. De preferencias personales. Es relativo”.

Krauze escribe “…recordé uno de los vicios típicos de nuestra época: la relativización moral del mal. En un afán torpe de corrección política, la sociedad moderna ha tendido con alarmante frecuencia a olvidar que el mal… no permite matiz alguno…”. Continúa: “relativizarlo [el mal] es, inevitablemente, difuminarlo, minimizarlo.”

Es cierto. Muchas personas hoy por hoy, preocupadas torpemente por parecer ante los ojos de los demás como políticamente correctos (lo que sea que esto quiera decir), se esmeran en relativizar el mal sin pensar en lo catastrófico que resulta hacerlo. Lo hacen sin más, sin reflexionar en ello.



¿Habrá alguno de nosotros que podamos decir, completamente convencidos en nuestra conciencia, que fue bueno en sentido moral lo que ocurrió en Nueva York el 11/9? ¿Puede usted, que lee estas líneas? Y si hubiere algún temerario lector que se atreva a hacerlo, debemos encararle con la pregunta: “Y si tu padre, madre, hermano o un hijo tuyo hubiesen estado dentro de las torres aquél desafortunado día, ¿seguirías diciendo que fue bueno moralmente?”.

Si ninguno de nosotros se atrevería a decir que fue bueno en el sentido moral aquél (cobarde) acto, ¿por qué entonces la sociedad se empeña en seguir diciendo que lo bueno y lo malo son cuestión de gustos personales? ¿Será porque deseamos sonar muy “sofisticados”? ¿Será acaso que no queremos desentonar con la moda intelectual? ¿que no deseamos parecer anticuados ante nuestros conocidos? Pero, ¿cuál es el precio entonces que hay que pagar para ser admitidos por los demás? ¿El de sacrificar nuestra razón en el altar de la aceptación social?

¿Es que acaso no nos damos cuenta que si seguimos así haremos de este mundo un caos moral y social? ¿Es que acaso hemos dejado de pensar y concluir que si el latrocinio, el secuestro, el fraude, el adulterio, el abuso infantil son “buenos” para alguien -porque así lo prefiere-, los demás no podremos decirle que está mal y que debe ser sancionado por esos actos? Los tribunales entonces no tendrían poder alguno puesto que el ladrón, secuestrador, pedófilo, o lo que sea, dirá: “¿Por qué me juzgan y condenan? Esas conductas son malas para ustedes, pero no para mí. ¿Quiénes son ustedes para juzgarme? El bien y el mal lo decide cada quien”. ¿Se da cuenta en lo que puede desembocar la “sofisticación” de defender el relativismo moral? ¿Qué clase de mundo quiere legarle a sus hijos? ¿Uno así, caótico? Krauze dice en su artículo: “No es correcto hacer eso [relativizar el mal y por tanto minimizarlo] con lo ocurrido en Nueva York hace diez años”. Y yo añado, no es correcto hacerlo con eso y con nada que tenga que ver con la conducta.

Así como las creencias tuvieron consecuencias aquél funesto 11/9 –algunas creencias musulmanas fueron el fundamento de la catástrofe, sin duda alguna-, así tendrán consecuencias nuestras creencias en la comunidad. Rechacemos el relativismo moral. La moralidad es objetiva, es absoluta. No es cuestión de preferencias. No depende del lugar ni de la época tampoco. Volvámonos a Dios y a la moral que de su carácter emana. Cambiemos nuestra conducta (el evangelio llama a esto arrepentirse en Marcos 1.15). Esa moral objetiva y absoluta que no depende de nuestras preferencias sino de la naturaleza misma de Dios (1 Pedro 1.16). Volvámonos a la bondad, a la paciencia, al dominio propio, a la honestidad, al altruismo, a la fidelidad conyugal, a la justicia. A esos valores que se tenían y practicaban antaño, cuyo fundamento es una fuerte fe en el Dios que se hizo hombre, en el Cristo quien murió por nosotros. El Jesús que nos capacita por medio de Su Presencia espiritual (si la deseamos y aceptamos) para desplegar en nuestro diario vivir todas esas virtudes que tanta falta hacen a nuestra sociedad hoy día, y que seguramente deseamos adornen las vidas de las generaciones venideras.

Recuerden: Creer es también pensar.

Temas relacionados (dé click en los títulos):

«¿Quién eres tú para juzgar?»

«¿Qué es la verdad?»