martes, 30 de diciembre de 2008

Confiabilidad del Nuevo Testamento o La exclusividad del Cristianismo (segunda parte)



Este artículo será publicado la tercera semana del mes de Enero de 2009, en la columna "Agua Fresca para el Espíritu" en el semanario "Expediente Público" de la ciudad de Tijuana, B.C.
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En un artículo anterior, "La exclusividad del cristianismo", publicado en la semana del 10 al 16 de Noviembre pasado (y disponible en este blog), demostramos que la idea muy difundida pero infundada de que el cristianismo es la única religión exclusivista e intolerante, es un mito moderno. Probamos que todas las religiones, en mayor o menor grado, son también intolerantes y exclusivistas respecto de las demás. Expusimos también que dos ideas contradictorias entre sí (como dos diferentes religiones, por ejemplo), no pueden ser verdad al mismo tiempo. Por ende, la verdad es exclusivista por naturaleza. Terminamos nuestra intervención mencionando: «...o Jesús es el único camino a Dios o no lo es. Ambas posturas no pueden ser ciertas a la vez. Espero en un próximo artículo demostrar por qué es razonable tomarle la palabra a Jesús.»

Pues bien, mi intención hoy es demostrar, que creer en las palabras de Jesús es razonable. Para tal efecto me permitiré responder a tres preguntas: 1) ¿Se preservaron fielmente las palabras de Jesús? 2) ¿Qué dijo Jesús de sí mismo? 3) ¿Es verdad lo que dijo Jesús de sí mismo? Veamos.

¿SE PRESERVARON FIELMENTE LAS PALABRAS DE JESÚS?

Una de las abismales diferencias entre los registros de las palabras de Jesús y los registros de las palabras de cualquier otro líder religioso, es que las primeras fueron redactadas por testigos oculares de los hechos y en un lapso de tiempo muy corto después de los mismos.

El registro de las supuestas enseñanzas de Zoroastro -"Los Ghatas" del Avesta-, quien se cree vivió en el siglo VII a.C., no fue escrito sino hasta después del siglo III d.C. es decir, alrededor de 800 años después de la vida de su autor. Las enseñanzas y acciones de Buda (siglo VI a.C.), se escribieron también ya en la era cristiana. Más de 500 años después de haber sido pronunciadas y realizadas. ¿Quién nos asegura que son en realidad verídicas? En cambio, los registros de las palabras y hechos de Jesús, fueron redactados en un lapso de 25 a 30 años después de su ministerio terrenal y por personas que lo vieron, escucharon y palparon (Juan 1;14. 2 Pedro 1;16. 1 Juan 1;1, etc.).

Lo que brinda seguridad a nuestra creencia de que en los evangelios tenemos sustancialmente las mismas palabras que Jesús pronunció, es la llamada “prueba bibliográfica”. Esta prueba consiste en considerar el total de copias manuscritas de los evangelios, que pueden ayudarnos a reconstruir los escritos originales. En este sentido, contamos con alrededor de 25,000 copias completas y en partes del Nuevo Testamento (entre manuscritos griegos y versiones o traducciones a diversos idiomas). El número de copias escritas a mano de cualquiera de las obras de Aristóteles no es más de 5. En el caso de "La Guerra de las Galias" de Julio César, es escasamente de 8.

Otro de los aspectos de la prueba bibliográfica, es el lapso de tiempo que hay entre la escritura de la obra original y la copia escrita a mano más antigua que poseemos. En el caso de Aristóteles, quien vivió alrededor de 300 años a.C., el lapso es de 1300 años puesto que la copia manuscrita más antigua que existe en la actualidad, data del siglo XI de nuestra era. ¿Qué posibilidad tenemos de reconstruir el texto original de estos autores, a partir de estas pocas y tardías copias realizadas a mano? En el caso de los evangelios, poseemos fragmentos tan cercanos a los escritos originales con tan solo una diferencia de 30 años. No hay un ejemplo en la literatura antigua que pueda compararse con las biografías de Jesús.

Por otro lado, al someter las historias de los escritores de los evangelios a las mismas pruebas a que se someten los testigos en un tribunal, nos encontramos con que superan todas y cada una de éstas evaluaciones. Las pruebas, entre otras, según los expertos son: carácter, consistencia, corroboración, prejuicio, encubrimiento y testigo en contra.

Los evangelistas poseían autoridad moral, es decir el carácter, como para ser veraces; sus relatos de la vida de Jesús contienen las suficientes variaciones en los detalles, como para asegurarnos que no se pusieron de acuerdo para inventar sus historias. Sin embargo poseen consistencia. Es decir, concuerdan casi exactamente en los asuntos centrales. La arqueología nos proporciona corroboración de los marcos cultural y geográfico que son descritos por los evangelios, al haber descubierto inscripciones, recintos, personajes y lugares detallados en dichos relatos. Los escritores sagrados tenían absolutamente nada que ganar al mostrar a Jesús como Dios encarnado y Salvador del mundo. En cambio, tenían todo que perder al hacer tales afirmaciones en una cultura tan estrictamente monoteísta como lo era la judía. Por tanto, no tenían prejuicios para engañar. No había ganancia en ello. Lo único que obtuvieron por sus enseñanzas fueron azotes, cárcel, tortura y por fin, la muerte. Al confesarse envidiosos, conflictivos, faltos de fe en los relatos que ellos mismos redactaron, nos comunican la idea que no encubrían información valiosa a pesar de que ellos quedaran mal parados en su propia reputación. Los testigos adversos que escucharon y leyeron la enseñanza de los apóstoles, hubiesen pronto refutado las historias narradas en caso de que hubieran sido exageraciones o inexactitudes. Sin embargo, no hay absolutamente ejemplo alguno que trate de rebatir lo que ellos predicaron. Por tanto, podemos concluir que en los evangelios contamos con la enseñanza sustancialmente completa de Jesús. Sus palabras fueron preservadas con un alto grado de exactitud. No se puede decir esto de las palabras de ningún otro líder religioso, puesto que sus registros no rebasan las pruebas superadas por los evangelios.

¿QUÉ DIJO JESÚS DE SÍ MISMO?

Si bien es cierto que Jesús, sobre todo en la primera etapa de su ministerio, no se dio a conocer como el Mesías y Dios encarnado a quienes lo escuchaban Él, en buena medida, sugirió que lo era. Es entendible esta forma sutil de darse a conocer puesto que si hubiese sido más claro al respecto, no habría durado tanto tiempo con vida y por tanto no hubiese podido preparar a sus inmediatos seguidores.

En los registros evangélicos encontramos afirmaciones de Jesús que lo identifican como Dios: se iguala a Dios (Juan 10;33); se nombra Señor (Juan 13;13); se erige como juez de vivos y muertos, y recibe la misma honra que Dios (Juan 5;22-23). También perdona pecados, da vida y recibe adoración que sólo Dios podía recibir (Marcos 2;7. Juan 5;21 y Juan 20;28). Además, Jesús se nombra poseedor de los atributos que sólo la divinidad posee. Omnisciencia (Juan 21;17), omnipresencia (Mateo 28;20) y omnipotencia (Mateo 28;18). En forma muy resumida, son éstas las atribuciones que Jesús se apropia.

Jesús dijo de sí mismo que era el medio exclusivo de Salvación y único Dios verdadero, el Salvador del mundo, y sostuvo que la condición eterna de los hombres (la suya, gentil lector y la mía), depende de la aceptación o rechazo de su persona y sacrificio.

¿ES VERDAD LO QUE DIJO JESÚS DE SÍ MISMO?

Hemos demostrado que sustancialmente contamos con las enseñanzas de Jesús en un alto nivel de exactitud y también, que Jesús se iguala a Dios. Pero, al enseñar esto, ¿Jesús hablaba con la verdad?

Solo existen dos respuestas alternativas a la anterior interrogante (y sus respectivas derivaciones), un dilema. O las afirmaciones de Jesús eran verdaderas, o bien eran falsas. Si eran falsas, Jesús lo sabía o no lo sabía. Si lo sabía, no solo era un maestro mentiroso, sino que también era hipócrita (por enseñar a vivir a otros en la verdad sin hacerlo él mismo). Además su maldad era extrema, ya que dijo a los hombres que su condición eterna dependía de su fe en Él. Pero también fue un necio, ya que murió por afirmar que era Dios sin serlo.

Ahora, si sus afirmaciones eran falsas y Jesús no lo sabía, estaba sinceramente engañado en cuanto a su identidad y lo único que podemos asumir es que era un demente. Creo que ninguna de estas alternativas –mentiroso o demente- se ajusta a lo que sabemos de Jesús. Él no solo enseñó, sino que también vivió en el más alto nivel de moralidad, y su carácter y palabras nos dicen que era una persona mentalmente sana (compare el “Sermón del Monte” con lo mejor de los consejos psicológicos).

Convencido estoy que la única alternativa lógica a este dilema, es que lo que dijo Jesús acerca de su identidad es verdadero. Él es Dios, Salvador, Señor y Rey y reclama para sí nuestro arrepentimiento, fe y lealtad. Se presentará al final de los tiempos también como Juez. Es pues razonable tomarle la palabra a Jesús. ¿Querrás tu hacerlo?



Recuerden: Creer es también pensar.