sábado, 27 de febrero de 2010

En busca de una historia de amor


«Nosotros ponemos la boda y tú pones la historia de amor. Nosotros ponemos la boda, lo demás es tu bronca. Cásate con Martha Debayle en W». Estaba atareado en mi escritorio, cuando escuché estas palabras a través del aparato receptor sintonizado en la oficina. Y no fueron solo estas palabras las que me llamaron la atención, sino las que siguieron.

Resulta que W Radio a través del programa de Martha Debayle –que se transmite por internet de Lunes a Viernes en mi país, y que tiene una gran audiencia también en Estados Unidos y Sudamérica-, están ofreciendo el anillo y vestido de novia, la ceremonia y cena nupcial en un elegantísimo y fino restaurante, la estancia en un hotel de lujo y varias cosas más. Todo ello a cambio de una extraordinaria (pero extraordinaria) historia de amor. ¡Wow, qué gran oportunidad para quienes desean ahorrarse todos los gastos de su enlace matrimonial!

Bien. Ese día que llamó mi atención dicho concurso, había ya cerca de 800 historias de amor que los participantes habían subido al sitio Web de la W. De este número de relatos que habían llegado, se leyeron al aire los que tenían mayor votación. Dos o tres de ellos. Pero sucede que ninguno de éstos fue del agrado de la titular del programa. Así que sus compañeros en cabina, intrigados porque ninguna narración le había gustado, le preguntaron: «¡Bueno, Martha! Para ti entonces,… ¿cuál sería una buena historia de amor?». Ella respondió: «Para mí, una de las más grandes historias de amor es la de…».
¿Quieren saber qué respondió ella? De acuerdo, opriman el reproductor mp3 a continuación. Su respuesta (2 minutos) me servirá como base para el comentario de hoy.



Seguro estoy que se percataron del doble énfasis que Martha Debayle hizo en la historia de amor que presentó. Básicamente recalcó: 1) la abdicación al trono de Inglaterra que Eduardo VIII hizo por amor, y 2) por amor a una mujer divorciada (Wallis Simpson).

«Una de la más grandes historias de amor es la de Wallis Simpson, que era una norteamericana divorciada de la cual se enamoró el que habría de ser rey de Inglaterra…». Este es el primer énfasis que hizo la conductora del programa. Enfatizo la palabra divorciada, ya que si bien es cierto que en nuestra sociedad actual el divorcio ya no es extraño ni objeto de estigma alguno, para la realeza de aquél tiempo (1936) era escandaloso que una mujer de tal estado civil y además plebeya, llegase a ser la reina de Inglaterra.

«¿Saben lo que es dejar… el trono de un reino…por amor? », dijo la conductora. Este fue el segundo énfasis. Sí, sucede que debido al rechazo que los reyes (padres de Eduardo), el parlamento inglés y la prensa tenían hacia Wallis, el ahora rey inglés decide renunciar al trono y a todos los privilegios y responsabilidades que ello implicaba. Se casa con su amada pese a todo y le es asignado solo el título de Duque de Windsor.

Si esta historia de amor sorprende a algunos, hay otra historia, de amor también, que tuvo lugar hace dos milenios. Sí, un historia muy parecida pero con implicaciones más profundas y alcances eternos. Es también la historia de un rey, pero no de un reino como el de Inglaterra (tan importante como pudiera ser o parecer). Sino de un soberano que tenía Su Reino sobre toda la tierra. Uno que es Rey sobre los reyes y es Señor sobre los señores. El Creador de todo cuanto existe. El Hacedor del universo, tan vasto como es. Con sus incontables galaxias, soles y planetas. El Orquestador asombrosamente inteligente que sintonizó el cosmos de manera tan delicada que fue posible la existencia de todo lo que rodea, maravilla y asombra nuestro ser. El Diseñador de este cerebro tan complejo (que funciona gracias a sus entre 100 y 500 millones de conexiones o sinapsis, que jamás podrá emular la computadora más sofisticada) y de nuestros ojos (con el cristalino que permite el enfoque de objetos a diferentes distancias, la pupila que regula la cantidad de luz que recibe la retina y que nunca podrán imitar las cámaras más complicadas hechas por la inteligencia humana).

El Autor de esta gran obra, El Eterno, dejó temporalmente Su trono de Gloria. “Abdicó”, por decirlo en términos de la historia de amor que da pie a estas líneas, su trono universal. En palabras del Apóstol:

[Cristo Jesús] quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló,... (Filipenses 2;6-8a)

Notemos que Cristo, siendo Dios (eso significa tener “condición divina” y “ser igual a Dios”) se vació de Sí mismo. Eduardo VIII dejó el trono de Inglaterra. Ya era rey y abdicó. Sin embargo no tomó el carácter de plebeyo. Le fue dado el título de Duque de Windsor y conservó prerrogativas, privilegios de la realeza. Cristo “se hizo plebeyo”. Se hizo hombre, asumió la naturaleza humana siendo Dios. Estuvo sujeto a todas las limitaciones físicas a que estamos sujetos nosotros todos. Nació en el seno de una familia humilde, en el lugar propio de animales de carga y labor agrícola. Hijo de una joven de clase baja, criado por un carpintero por padre. Sin educación excepcional ni los privilegios de las clases acomodadas; mucho menos delicadezas de las familias reales. Al nacimiento del cual, el que se tenía por su padre aquí en la tierra, debió ofrecer en sacrificio dos tórtolas por la purificación ritual de su madre, ya que sus ingresos eran insuficientes para comprar un cordero. Así pues, presentaron la conocida como “ofrenda de los pobres”. No hubo sábanas de seda, ni atuendos de lino delicado, ni alfombras que acariciasen los pies de Aquél que dijo de sí Mismo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.» (Mateo 8:20). Sí, « …se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló,... »

Pero Dios en Cristo, no solo renunció a Su Gloria celestial para intervenir personalmente en la historia. Renunció también a Su Vida misma. Hizo más que “abdicar” (note el énfasis de Jesús en dar su vida):

Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida… (Marcos 10:45)


Quiso El Señor destrozarlo (triturarlo) con padecimientos, y él ofreció su vida...(Isaías 53:10a)


El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. (Juan 10:17-18a)

Hasta aquí me he referido al segundo hincapié que Debayle hizo en su historia de amor, como una pálida analogía de la “abdicación” de Dios. Ahora centrémonos en el primer acento que hace respecto a su narración: «¿Saben lo que es dejar… el trono de un reino…por amor?...[a] una norteamericana divorciada...».

He dicho ya que en la realeza, parlamento y prensa inglesas, hubo rechazo hacia la persona de Wallis Simpson no solo por ser divorciada, sino también por ser plebeya. Veamos ahora el motivo de Eduardo VIII y la condición civil y social de su amada. Un plebeyo es alguien perteneciente a la plebe. Significa en su raíz etimológica alguien que no es patricio o noble. Entonces aquí la amada no es social ni moralmente digna de que un rey se fije, y mucho menos se case con ella. Sin embargo, el amor motiva al rey a la renuncia al trono para unirse a su amor y elevarla socialmente, por lo menos, haciéndola duquesa de Windsor (como en realidad sucedió).

El motivo de Cristo fue también el amor. El amor hacia nosotros, indigna e inmoralmente “no aptos” para recibir su atención y sacrificio. Indignos e inmorales como nos describe con detalle el apóstol:

No se dejen engañar. Ustedes bien saben que los que hacen lo malo no participarán en el reino de Dios. Me refiero a los que tienen relaciones sexuales prohibidas, a los que adoran a los ídolos, a los que son infieles en el matrimonio, a los hombres que se comportan como mujeres, a los homosexuales, a los ladrones, a los que siempre quieren más de lo que tienen, a los borrachos, a los que hablan mal de los demás, y a los tramposos. Ninguno de ellos participará del reino de Dios. Y algunos de ustedes eran así. Pero Dios les perdonó esos pecados, los limpió y los hizo parte de su pueblo. Todo esto fue posible por el poder del Señor Jesucristo y del Espíritu de nuestro Dios. (1 Corintios 6:9-11)


Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)


Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados…(Efesios 2:4-5)


...el hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí. (Gálatas 2:20)


Amable lector, sigue siendo para mí motivo de asombro el que Dios, siendo Puro y Santo, se haya fijado en nosotros al grado de tomar nuestro lugar en la cruz con el objeto de lavarnos completamente de nuestras culpas. Y en adición a ello cambiar nuestro interior para que le busquemos de corazón. Si busca usted una gran y extraordinaria (pero extraordinaria) historia de amor, creo que no hay una más grande que esta. Una en la que el Rey “abdica” Su trono y se inclina a nosotros “plebeyos” para levantarnos de nuestra miseria y darnos un lugar junto a Él en la eternidad. ¿Querrá usted creer y aceptar lo que hizo El Rey por usted? Si desea saber cómo acercarse a Dios, oprima aquí.

Recuerden: “Creer es también pensar”.