domingo, 2 de mayo de 2010

Criterios equivocados al decidir la verdad religiosa


«Imagine que se encuentra en la sala de emergencias de un hospital y que está gravemente enfermo. El médico le explica que la enfermedad es mortal en el 100% de los casos si no se administra un antídoto específico, y agrega que el tratamiento con el antídoto es 100% efectivo y asegura una inmediata recuperación.

Al presentar los hechos de este modo, el médico deja en claro que sus preferencias (de usted, no del médico) no cuentan en absoluto ni están en discusión. No importa cuánto le agrade o le desagraden las inyecciones o las píldoras correctas; esta enfermedad requiere una cura específica que debe administrarse de una manera específica. Si no sigue el tratamiento correcto, morirá.

Dado el tipo de enfermedad y el tratamiento requerido, un error en el diagnóstico puede ser fatal. A ningún paciente que está sufriendo un infarto le gustaría ser atendido por un médico convencido de que necesita un yeso en la pierna. Es necesario aplicar el tratamiento correcto sin importar cuán desagradable, incómodo, doloroso, o incluso ofensivo pueda resultar. No existe la posibilidad de ... elegir el tratamiento que más le gusta. Hay una sola cura, y punto. El paciente debe tomar conciencia de que la opción es aceptar el tratamiento o enfrentar las consecuencias».

Cuando se trata de diagnosticar el mal del ser humano y de recetar la medicina, muchas personas creen que se puede dar el diagnóstico que más nos guste personalmente, así como recetar el tratamiento que más nos agrade o que otros elijan por nosotros. Estoy hablando del tema religioso. Hay varios criterios (diagnósticos) que las personas usan para «recetarse» (decidir) el remedio (la religión). Entre varios otros se encuentran el criterio de «la mayoría» (no creo que la mayoría esté equivocada de religión); el criterio de «la herencia» (esta es la fe que me herederon mis padres y con ella me quedo); y el de «la permanencia» (siempre se ha creído así). Pero considero que, tanto en materia de salud y mucho más, en materia de religión (pues involucra cuestiones eternas), el diagnóstico importa y el antídoto aún más.

Hoy comparto con ustedes una reflexión sobre el criterio de «la herencia». Más adelante compartiré sobre los criterios de «la mayoría» y de «la permanencia», a la hora de elegir su religión.

EL CRITERIO DE «LA HERENCIA»
Este significa que el buscador de la verdad religiosa piensa de la siguiente manera: «Esta es la fe que han tenido mis antepasados y que me han inculcado, por tanto debe ser la verdadera». Veamos.

Esos hábitos y creencias antiguos cuyo origen pocos pueden recordar, y frecuentemente se aceptan sin cuestionar o sin siquiera pensar en ellos, constituyen las tradiciones religiosas. «¿Por qué desafiar dichas creencias y hábitos?», parece ser el razonamiento. Este es el punto de vista más común que la gente utiliza para «seleccionar su fe». Aunque de ninguna manera puede a este proceso llamársele «elegir», ya que se nace y crece con dichas creencias. Se aceptan de manera pasiva, pues nunca han sido examinadas de manera crítica. Por lo general, cuando a las personas que sostienen alguna creencia de manera «tradicional» o «hereditaria» se les pregunta por qué creen lo que creen, no saben dar razón de su fe (1 Pedro 3.15). O responden dando una razón del tipo «Así hemos creído siempre en nuestra familia», o bien con un sencillo «Porque sí». Si hemos de ser sinceros, no puede llamarse a dichas doctrinas, sus «propias creencias».

Si usted no ha analizado por sí mismo las creencias que sostiene, entonces está confiando en que alguien entre sus antepasados haya examinado «la fe» (en lugar suyo) y haya llegado a la conclusión de que es la correcta. La fe adecuada en cuanto a si hay un Dios, qué carácter tiene, cómo relacionarse con Él, cómo vivir para agradarle, si hay un «más allá» y cómo asegurar una buena estancia en él, etc. ¿No le parece un gran riesgo depender de otra persona para su propia seguridad religiosa y eterna? Seamos honestos con nosotros mismos, hemos sido muy ágiles para aceptar como verdad indiscutible lo que nuestros antepasados nos han inculcado (¿o debería decir…impuesto?).

Bajo el criterio anterior, si usted hubiese nacido en la India sería hindú por herencia no por convencimiento propio (ya que sus padres serían hindúes casi seguramente). Por tanto, usted creería que es verdad la doctrina de la reencarnación (opuesta totalmente a la doctrina de la resurrección, por ejemplo), también creería que hay cientos o miles de dioses y que debe pagar su «karma» sin ayuda de nadie. Pero si usted compara su fe actual con la fe de un hindú, se dará cuenta que son totalmente distintas -a menos que usted también sea hindú, por supuesto- y que ambas no pueden ser verdad al mismo tiempo. Por tanto, o usted está equivocado o los hindúes lo están. En el último análisis: sus padres estuvieron equivocados o los padres de nuestro hipotético amigo hindú lo estuvieron. ¿Y..si ambos lo estuvieron? ¿Cabe esa posibilidad? Si somos francos deberemos responder que sí. Y así es también con las distintas religiones que existen, sea usted Mormón, Testigo de Jehová, Católico o, incluso, ateo.

Cuando alguien le hace pensar en que existe la posibilidad de que en materia de religión pueda estar equivocado, puede reaccionar con agresividad y molestia: «¡Arrogante! ¡¿quién eres tú para decirme que es posible que me haya equivocado de religión!?». O incluso puede tratar de ignorar o evitar de ahí en adelante a esa persona. O puede detenerse a pensar por un instante: «¿Existe la posibilidad de que esté equivocado? ¿en verdad estoy completamente seguro de tener la religión correcta? ¿sobre qué base estoy seguro? ¿he examinado mi creencia por mí mismo o es solo que la he aceptado pasivamente sin pensarlo?». ¿Cómo le gustaría visualizarse a sí mismo? ¿Cómo alguien que busca la verdad o como alguien que apoya una creencia heredada sin haber pensado en ella? ¿No le gustaría tener la seguridad de haber investigado su fe y haberla también aceptado sobre una base sólida de reflexión?



El hecho de que alguna creeencia haya sido enseñada por nuestros padres o antepasados de la manera más sincera y con la mejor de las voluntades, no lo hace verdad. Ejemplo de esto podría ser... la creencia de nuestros antepasados en «la tierra plana». Estamos de acuerdo en que en un tiempo la mayoría de las personas, si es que no todas, creyeron que la tierra era plana y así lo enseñaron de generación tras generación. Los historiadores no estan de acuerdo, es cierto, en la fecha en que algunos estrafalarios por ahí empezaron a pensar que la tierra era redonda. Algunos dicen que la redondez de nuestro planeta fue descubierta antes de la era cristiana. Algunos otros dicen que esto fue descubierto ya bien entrada la edad media. Pero todos están de acuerdo en que hubo un tiempo en que se creyó por la totalidad de las personas, que el mundo era plano y se creyó en ello porque «Así nos lo enseñaron nuestros padres». Y sin embargo, estaban equivocados.

Cuando se es niño, se acepta la autoridad de nuestros mayores, especialmente de nuestros padres (Éxodo 20.12), aunque no todo lo que nuestros padres dijeron e hicieron es correcto, (¿o sí?) 1 Pedro 1.18-19. Es parte del crecimiento y la madurez pensar por uno mismo, reflexionar y decidir. Recuerde: el diagnóstico y el antídoto adecuados para nuestra necesidad, no dependen de nuestras preferencias ni de las preferencias de otros en nuestro lugar. La verdad del diagnóstico y de la cura están ahí, esperando ser descubiertos por nosotros tras haber reflexionado en el asunto. Le invitamos a que visite algunos de los diversos temas que ofrece el cristianismo evangélico en las diferentes páginas del presente blog al navegar en el «Archivo del blog» o en los diversos temas de «Etiquetas» y a través de otros muchos medios que hay en internet, de los que recomendamos algunos en las «Páginas de interés».

Creer es también pensar.

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