El día de ayer, 18 de mayo, se reunieron varias decenas de estudiantes de por lo menos ocho universidades frente a las instalaciones deTelevisa. Su objetivo era manifestarse en contra de la manipulación informativa
de la televisora. Los universitarios consideran que, no sólo esta cadena
televisiva, sino la otra grande en nuestro país, TV Azteca, han estado apoyando
a un candidato presidencial por encima de los otros tres.
Entre las varias consignas que los manifestantes mostraban
en sus pancartas -«Azcárraga, ¿tienes el valor o te vale?»; «México,
despierta»; «No más mentiras»-, se presentaron además estas otras: «Yo soy 132»
y también: «La verdad nos hará libres». Con aquella daban a entender que son
más de 131 los estudiantes que se inconformaron en la universidad
Iberoamericana recientemente, ante la visita de uno de los aspirantes
presidenciales. Pero es la última que mencioné, una frase usada de vez en vez
en el ámbito universitario y que alude a un mensaje que Jesucristo pronunciara alguna vez, la que me interesa considerar hoy.
¿En qué sentido los estudiantes universitarios utilizaron
esta frase y en qué sentido la utilizó Jesucristo?
La respuesta a la primera pregunta: Por el contexto de la
situación en la que fue mostrada y por el conjunto de las frases que la
acompañaban, podemos entender el significado. Los jóvenes desean que no haya
más manipulación de la información. Que los medios de comunicación sean
imparciales. Que no se mienta a la opinión pública. Que si podemos obtener la
verdad de la situación política en nuestro país, podremos contar con la
libertad acerca de ideas falsas. Tendremos entonces libertad para analizar y
decidir de manera inteligente, entre las varias opciones y ofertas políticas.
No obstante lo anterior (plenamente legítima la solicitud de
los universitarios y concuerdo con ella), ¿qué fue en realidad lo quiso decir
Jesús con «la verdad nos hará libres»? Veamos.
El pasaje que narra la ocasión en que el profeta de Nazaret
presentó este discurso, lo encontramos en Juan 8.32. Pero para comprender el
pleno significado de su dicho, hemos de leer el contexto en el que se
encuentra, así como también hemos considerado el contexto universitario
manifestante en que se mostró el día de ayer.
Es necesario leer, por lo menos desde el verso 21 para
conocer la ocasión en que la frase que nos ocupa fue pronunciada. Jesús habla,
en cierta área del templo de Jerusalén, con los judíos que no han creído en Él.
Anuncia su regreso a los cielos, a la presencia del Padre, lugar al que ellos no
podrán ir puesto que reiteradamente han rechazado sus pretensiones y,
principalmente Su Persona (el representante divino, Dios encarnado que salva al
mundo). Jesús, en el verso 24, introduce el tema del pecado y relaciona el
perdón del mismo con la fe en Su Persona. En seguida le preguntan quién es Él,
cuál es pues su identidad que tan importante resulta para, incluso, librar del
pecado.
Después de explicar que es el mensajero de Dios -lo que ha
enseñado desde el principio-, Jesucristo introduce un segundo asunto de la
mayor importancia. Ya ha mencionado el pecado en verso 24, ahora habla de la
verdad en el verso 26. Dios, del cual Jesús es mensajero y representante, habla
verdad. A continuación menciona de manera sutil su futuro sacrificio en la cruz. Será entonces cuando se darán
cuenta los incrédulos que ahora están frente a Él, que en realidad Jesús era
quien decía ser. Después de estas palabras, muchos de los que le oían creyeron.
Una vez entendido el contexto, veamos la frase enigmática.
Jesús ahora se dirige a quienes han creído en Él y les dice que si permanecen
en sus enseñanzas serán verdaderamente sus seguidores (31), y después añade (en
verso 32): «Y conocerán la verdad y la verdad los hará libres». Los
judíos se asombran (quizá se indignan también) y le preguntan respecto a qué serán libres, si ellos nunca
han sido esclavos de nadie (afirmación incorrecta de la que no me ocuparé aquí
hoy). Pero Cristo no se refiere en su discurso ante sus oyentes del siglo
primero a la esclavitud física, como tampoco se refiere a la ignorancia que se
pudiera derivar de la manipulación de información que lo medios de comunicación
quieran hoy imponernos. Jesús se refiere a otro tipo de esclavitud, la
esclavitud al pecado (verso 34).
Por otro lado, cuando El Señor habla acerca de la verdad, no
se está refiriendo a cierta información que pudiera enriquecer nuestro
intelecto para ayudarnos a tomar decisiones. De ninguna manera estamos en
contra de ello, por supuesto, pero no es éste el significado de verdad en este pasaje. Más bien Jesús se está refiriendo a Su
propia persona como la verdad. La verdad que liberta del pecado. Después de
hablar de esta clase de esclavitud, Jesús usa una figura social entendible para
sus oyentes. Un esclavo en tiempos antiguos podía ser vendido a otro dueño y
ser llevado a una casa distinta. El hijo
permanece en su casa por ser parte de la familia, tiene acceso a su padre e
influye en sus decisiones (aún en aquellas que pueden favorecer a un esclavo). Dice
Jesús en verso 36: «Si el hijo (Él) los liberta (del pecado) serán
verdaderamente libres». En 32, Jesús ha dicho que la verdad es la que liberta.
En 36 dice que es Él quien liberta. Por tanto Jesús es la verdad que liberta
del pecado. Ese es el sentido correcto de la frase. En otro contexto, Cristo
dice de manera más clara que Él es la verdad (Juan 14.6).
Paciente lector, la doctrina del pecado es la enseñanza
cristiana más fácil de demostrar. Solo tenemos que abrir los diarios o ver el
televisor para comprobarla. Incluso no necesitamos ir tan lejos. Con solo mirar
a nuestro interior nos daremos cuenta que el pecado está ahí, presente en cada uno de
nosotros. Los celos que destruyen matrimonios, la envidia que corrompe el alma,
la avaricia que empobrece el espíritu, las ansias de poder y dominio sobre los
que nos rodean. Ese libertinaje sexual al que se le ha dado el nombre de conducta «Open mind» (1 Corintios 6.9-11). También presente está aquél sentimiento de superioridad, el creernos mejor
que los demás (Lucas 18.10-14). Esa sensación, idea equivocada, de que al llegar ante Dios
podremos darle también «la mordida» o propina (nuestras prácticas religiosas), que nos permitirá
entrar al cielo, así como damos «mordida» aquí abajo para que las cosas
caminen (Efesios 2.8-9). Cuando alguien dice: «¿Es que no puedo hacer lo que me dé la gana con
mi propia vida?», no es que esté haciendo su voluntad, sino que hace la
voluntad del pecado. Una persona puede llegar a ser esclava de algún hábito,
sentimiento o pasión de tal manera que, aunque en un momento dado desee
liberarse de él, no podrá. El pecador pierde la capacidad de hacer su propia
voluntad (Romanos 6.16). A ello se refiere Jesús con esclavitud al pecado.
No hay recurso humano que nos pueda librar de nuestra
pecaminosidad. Es Jesús, la verdad de Dios hecha carne, hecha hombre, lo único
que nos puede salvar. Lo único que nos salvará del pecado y de nosotros mismos.
A través de su sacrificio en el que tomó nuestro lugar para recibir el castigo
por todas nuestras maldades, Jesús nos purifica con su sangre inocente (Efesios 1.7). Nos
presenta limpios ante Dios. No por nuestros méritos (¿cuáles?), sino por los
suyos (Tito 3.5). Nos da una nueva oportunidad. Un nuevo comienzo. Pero no solo eso. Sino
que cambia nuestra naturaleza, nuestras inclinaciones interiores por su misma
presencia en nuestro corazón, para que de ahí en adelante nuestras metas y
propósitos sean otros. Los suyos. Sí, definitivamente, la verdad nos hace libres.
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Recuerden: «Creer es también pensar».
Saludos.